Orden Franciscana
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SANTA ISABEL DE HUNGRÍA

Isabel de Hungría, Patrona de la OFS

Situemos a Isabel en el contexto social: el siglo XIII fue un siglo de fuertes contrastes. Había grandes bolsas de pobreza; la burguesía estaba emergiendo con mucha fuerza; los nobles preparaban continuamente batallas (entre sí, contra el extranjero o en las cruzadas) para conseguir más y mejores títulos; las epidemias y hambrunas, junto con las guerras, mermaban a los habitantes. Entre los ricos y nobles existía la creencia de que las limosnas libran de un sinfín de pecados, y conducían al cielo; así que muchos de ellos limitaban sus obras de misericordia a dar limosnas, sin implicarse en cambiar su sociedad y mucho menos rebajarse a estar entre los pobres y enfermos; en lo que respecta a los enfermos existía el pánico ante el riesgo de contagio. En la vida matrimonial, entre los que se lo podían permitir, el adulterio era común.


En el ámbito religioso, se extendieron algunas de las grandes herejías (cátaros, albigenses, etc.); pero también surgieron figuras destacadas, aquellos que, desde dentro de la Iglesia, ayudarían a sostenerla: San Francisco de Asís, Santo Domingo, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino y también Santa Clara, Santa Ángela de Foligno, Santa Inés de Bohemia y otras muchas...


En el ámbito cultural, las universidades cogen fuerza, los monasterios son centros del saber, el románico ha dejado paso al gótico, comienzan a construirse las grandes catedrales.


Hecha una panorámica, pasamos a hablar de nuestra santa. Isabel nació tal vez en Bratislava, actualmente en Eslovaquia. Era el año 1207. Con apenas cuatro años, la princesita fue dada en matrimonio al primogénito del gran duque de Turingia, Hermann. Este pacto suponía que Isabel tenía que ser educada en la corte de su futuro marido.


Hermann murió y sus derechos pasaron a su hermano Luis, que fue conocido como Luis IV el Santo. Aunque el pacto matrimonial quedó roto, Luis lo retomó para sí: durante su tiempo de convivencia, había surgido entre ambos un sentimiento profundo de hermandad. Según se dice, llamaba la atención entre los amigos de Luis la fidelidad que éste le profesaba a Isabel.


Una vez que Isabel fue la gran duquesa, todo su quehacer se orientaba hacia las obras de misericordia: atender a los enfermos, visitar a los presos, dar de comer al hambriento, etc. Luis veía con buenos ojos la bondad de su mujer, pero no así gran parte de la corte, que continuamente intentaba indisponer al matrimonio. La vida de Isabel era una continua denuncia de los atropellos, injusticias y libertinaje de muchos nobles: vestía con sencillez, renunciaba a comer alimentos que provinieran de la injusticia o la opresión, no participaba en los excesos de sus cortesanos.


De su unión nacieron tres hijos: Hermann (heredero de Turingia, asesinado por su tío en 1242), Sofía (que sería por su matrimonio duquesa de Brabante) y Gertrudis (Santa Gertrudis de Altenberg, abadesa en esta abadía premostratense).


                                                                                                      La penitente misericordiosa

 


Desde su niñez, nuestra santa se vio llamada a practicar la misericordia con todos aquellos que eran más desfavorecidos. Aquella petición de Jesús: “Lo que hagáis a uno de estos, mis humildes hermanos, a mí me lo hacéis”, Santa Isabel le dio la vuelta. Ella ya veía el rostro del Maestro antes de practicar la misericordia.
Cuando Isabel supo del movimiento franciscano, pronto se interesó por él, tanto que fue abriendo puertas a su establecimiento en Turingia. Ayudó a la fundación del primer convento franciscano en tierras alemanas y los frailes menores asistían a la corte de Wartburgo. Así, poco a poco, Isabel fue conociendo (por los frailes menores) que sus inquietudes más íntimas tenían expresión en la forma de vida (penitencial) franciscana y así descubrió el Evangelio como forma concreta de su vida.


Una vez que las aguas volvieron a su cauce tras quedarse viuda y ser expulsada junto con sus hijos de Wartburgo, “estando un día de Viernes Santo, desnudos los altares del convento franciscano, hizo voto ante los allí presentes y vistió desde ese momento el hábito gris”. Isabel comenzó una vida de penitencia y misericordia en comunidad con algunas de sus doncellas. La renuncia de Francisco estuvo tan presente en su corazón que con los bienes que recobró de su viudez levantó el hospital de San Francisco en Marburgo, donde ella misma, hasta el día de su muerte, atendía a todos los que se acercaban buscando su ayuda.


Fundadora y Santa


Ya en vida de su marido, Isabel contaba con sus damas o servidoras para realizar obras de misericordia con los necesitados y se reunía con ellas en la oración. A la muerte de Luis, Isabel fue acompañada por sus damas también en sus horas tristes tras la expulsión. Cuando sus hijos recuperaron su status en la corte Turingia, Isabel comenzó una nueva vida consagrada en comunidad con sus damas. En aquel entonces no se puede hablar de “religiosas” tal como ahora lo entendemos, ellas fueron un ejemplo más de cómo en la Orden Tercera franciscana toda forma de vida evangélica era válida. Éste fue el caballo de batalla de las mujeres terciarias en aquellos siglos: ver reconocidos sus derechos a vivir en comunidad en función de la oración, el trabajo y las obras de misericordia. Hasta que se superó el concilio de Trento (ya en el siglo XIX), las comunidades terciarias femeninas se vieron obligadas bien a disolverse bien a profesar clausura.
Isabel vivió así hasta el 17 de noviembre de 1231. Su muerte, con sólo 24 años, motivada por su total donación a la misericordia, sin límites, y por su austeridad de vida, fue llorada por todo el pueblo, especialmente el más sencillo, el que más se había beneficiado de sus buenas obras. Era conocida como la “amada Isabel” y como “madre de los pobres”. Durante dos días gentes de todos los lugares vinieron a demostrar su aprecio. Tanto fue así, que el fanatismo descontroló a las masas y éstas “descuartizaron” el cuerpo con el objetivo de llevarse alguna reliquia.


El 27 de mayo de 1235, día de Pentecostés, se celebró en la Iglesia la canonización de Isabel. Las actas de canonización relatan el evento:


"Después de que en el Consistorio, en presencia del Santo Padre Gregorio, de los venerables patriarcas tanto de Antioquia como de Jerusalén y del venerable senado de la Santa Iglesia Católica, a saber, de los Hermanos Cardenales, que gobiernan la Iglesia, súbditos de los Apóstoles y servidores de Dios, de muchos arzobispos y obispos y distintos prelados, fueran publicados los testimonios, se decretó, con consentimiento general, que a Isabel se la podía estimar digna de ser colocada en el candelabro de la canonización apostólica, con el título de su esclarecida autenticidad y adornada y que debía ser inscrita en la tierra en el Libro de los Santos.


En el santo día de Pentecostés marchó el bienaventurado Padre Gregorio con todos los arriba citados prelados y muchos miles de creyentes en procesión festiva, con trombones y trompas, hacia la casa de los dominicos. Aquí presentó al señor papa, a todos los prelados y religiosos el citado Conrado, antaño landgrave, al que el entero pueblo profesa afecto, grandes velones festivos. A la gran multitud, sin embargo, hizo distribuir velas pequeñas, que más tarde regaló a la casa de los dominicos. El cardenal-diácono, como es de rigor, proclamó ante el pueblo tanto la vida como los milagros de Isabel. Éste sirvió, además, al Sumo Pontífice en la Santa Transformación. Entre ruidosos aplausos y fluir de lágrimas que regocijaron a la ciudad celestial [Perusa], entre el canto festivo del Te Deum, cuya dulce melodía conmovió al cielo, fue declarada Santa aquella bendita entre las mujeres, digna de toda alabanza: Isabel.


El dicho hermano Conrado convidó aproximadamente a unos 3000 monjes (y frailes) a comer. Regaló también pan, vino, pescado y alimentos lácteos en gran cantidad a muchos conventos alejados, eremitas y Hermanas de la Orden de San Francisco. Además, hizo distribuir a muchos miles de pobres pan, carne, vino y dinero en cantidad generosa, en nombre de la Orden Teutónica para gloria de Dios, lo que agradó mucho al señor Papa. Éste le invitó también, al igual que había hecho a su llegada, graciosa y benevolentemente a su mesa, lo que también es muy raro, y le dejó sentarse a su lado. Se preocupó también de modo distinguido por su séquito. Después de que Conrado hubiera aceptado todas las peticiones de los pobres que trabajaban en la curia, fue despedido por el papa con cariñosas palabras y entre muchas lágrimas, bendiciéndole y abrazándole.


Pero el papa mandó muchas cartas no sólo al Santo Imperio, sino a todos los reinos del mundo y a las metrópolis, y anunció y publicó los hechos de Isabel aprobados por la Iglesia. Ocurrido en el año de gracia de 1235".